sexta-feira, 24 de abril de 2009

Reflexiones sobre la Verdad, Mahatma Ganhdi (4)





SOY UN HOMBRE RELIGIOSO, UN HOMBRE DE ORACIÓN

La mayoría de los hombres religiosos con que me encontré, son políticos disfra­zados de religiosidad. En cambio, yo que parezco disfrazado de político, soy un hombre íntimamente religioso.

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No soy un sabio, pero humildemente as­piro a ser un hombre de oración. La ma­nera de orar importa poco. En este terreno, cada uno constituye su propia ley. No obs­tante, existen ciertos itinerarios con mojo­nes claros y que resulta más seguro seguir, sin apartarse de ellos, puesto que fueron trazados por maestros antiguos y expertos.

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La verdad es como un inmenso árbol que brinda más y más frutos cuanto más se lo nutre.

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Cuando escribo, jamás pienso en lo que dije anteriormente. Mi propósito no es ser consecuente con mis declaraciones prece­dentes sobre una cuestión determinada, si­no ser coherente con la verdad, sea cual fuere el modo en que se me presente en di­cho momento. Por eso, fui creciendo de verdad en verdad, libré a mi memoria de un esfuerzo excesivo y, más todavía, cuan­do me veo obligado a comparar mis textos -hasta los de cincuenta años atrás- con los más recientes, no descubro entre ellos Ia más mínima inconsistencia.

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El cuerpo nos fue dado sólo para que con él podamos servir a toda la creación.





LOS DOS ASPECTOS DE LAS COSAS



La meta se aleja continuamente de noso­tros. Cuanto más avanzamos, más debe­mos admitir nuestra incompetencia. Nues­tra recompensa se halla en el esfuerzo y no en los resultados. Un esfuerzo total es una victoria absoluta.

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Las cosas poseen dos aspectos: uno ex­terno, otro interno. El aspecto externo no posee valor, salvo que lo auxilie el interno. Por eso, todo el arte verdadero es una ma­nifestación del alma. Las formas exteriores sólo tienen valor cuando expresan el espí­ritu, la interioridad del hombre.

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Al pensar en el contraste que existe entre mi pequeñez, la fragilidad de mis medios y la grandeza de lo que se espera de mí, siento algo parecido al vértigo. Pero simultáneamente, y me doy cuenta de ello por completo, esa gigantesca esperanza que mis compatriotas depositan en mí no es para nada un homenaje a mi personalidad, que es una singular combinación del doc­tor) Ekyll y del señor Hyde. No; ellos ven en mí la encarnación, por cierto incom­pleta aunque por eso mismo más intere­sante (dadas mis limitaciones) de dos cua­lidades invalorables: la verdad y la no vio­lencia.

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Si algún día la India adopta la suprema­cía de la fuerza bruta, dejaré de ser capaz de considerarla mi tierra nativa.

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Nadie en este mundo posee la verdad ab­soluta. Es solamente un atributo de Dios. Todo lo que conocemos es una verdad re­lativa.



A MAYOR INOCENCIA, MAYOR FORTALEZA



lativa. Por lo tanto, sólo podemos perse­guir la verdad tal como la vemos. En tal búsqueda de la verdad, nadie puede per­derse.

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Cuando es relevante, la verdad debe ser pronunciada, por más desagradable que resulte. La irrelevancia es siempre algo fal­so y nunca debe ser enunciada.

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Satyagraha, tal como lo concibo, es una ciencia que podría no ser una ciencia en absoluto, y bien podrían ser las cavilacio­nes de un tonto, y hasta de un loco... Pero cuanto mayor sea nuestra inocencia, más grande será nuestra fortaleza, y más sutil será nuestra victoria.

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El individualismo ilimitado es la ley de los animales de la jungla. Debemos apren­der a forjarnos un sendero entre la libertad individual y la restricción social. El some­timiento voluntario a las limitaciones so­ciales en pro del bienestar de la sociedad entera, enriquece tanto al individuo como a la comunidad que él constituye.

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No puedo alcanzar la liberación me­diante un rechazo mecánico de la acción, sino apenas mediante una actividad inteli­gente despojada de cualquier interés. Esta lucha equivale a una incesante crucifixión de la carne, hasta que el espíritu quede plenamente liberado.



EL ESPÍRITU DE LA DEMOCRACIA



La verdad perdurará por sí misma, todo el resto será barrido por el correr del tiempo.

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El espíritu de la democracia no es una cosa mecánica que se obtiene mediante aboliciones formales. Es algo que exige un cambio en el corazón... Mientras uno se empeñe en conservar su espada, no ha conquistado en absoluto su intrepidez.

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Resulta imposible que un individuo robe y simultáneamente pretenda conocer la verdad o alimentar el amor. Sin embargo, cada uno de nosotros, consciente o in­conscientemente, es más o menos culpa­ble de robo.

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Para ser eficaz, la no violencia demanda la intrepidez y el respeto a la verdad. Es así: no es posible temer ni intimidar al que se ama. De todos los dones que nos fueron concedidos, sin duda alguna la vida es el más precioso.

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Un hombre de fe permanecerá aferrado a la verdad, aunque el mundo entero luz­ca absorbido por la falsedad.

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Todo en el universo -incluidos el sol, la luna y las estrellas- obedecen a determi­nadas leyes. Sin la influencia restrictiva de tales leyes, el mundo no perduraría un so­lo instante. Ustedes, que tienen la misión de servir a sus semejantes, se verán muy confundidos si no se imponen algún tipo de disciplina. Y no olviden que la plegaria es una disciplina espiritual necesaria. La disciplina y las restricciones autoimpues­tas son lo que nos diferencia de las bestias.

Puedo ser una persona despreciable, pe­ro cuando la verdad habla a través de mí, me vuelvo invencible... No poseo otra for­taleza que la que emana de la insistencia en la verdad. La no violencia surge de la misma insistencia.



SOY UN SER FALIBLE



El hombre es un ser falible, jamás puede estar totalmente seguro de sus pasos. Ni yo me erijo como guía infalible ni me atribu­yo inspiración. Para ser un guía infalible, el hombre debería tener un corazón per­fectamente inocente, incapaz de hacer el mal. En mi caso, no estoy en semejante posición.

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Creo que comprendo mejor el ideal de la verdad que el de la no violencia, y mi ex­periencia me dice que si dejo desvanecer la verdad que comprendí, jamás podré re­solver el enigma de la no violencia. El ide­al de la verdad demanda que los votos for­mulados se cumplan tanto en el espíritu como en la letra.

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La alegría reside en la lucha y en el es­fuerzo y en el sufrimiento que implican, no en la conquista de la victoria.

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Admito que en mi vida hay numerosas incoherencias. Pero como me llaman ma­hatma (alma grande o magnánima), estoy dispuesto a endosar las palabras de Emer­son, de que la coherencia tonta es el ca­ballo de batalla de los mediocres.





NO SOY MAHATMA



La verdad me resulta inmensamente más querida que esa dignidad humillante de mahatma con que procuran revestirme. Si hasta ahora ese peso no me aplastó, es por el sentimiento que tengo de no ser nada y porque soy consciente de mis limitaciones.

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Muchas veces, abstenerse del alimento es necesario para mantener saludable el cuerpo, pero no existe cosa alguna como abstenerse de la oración.

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Mi vida es una faena sin reposo, realiza­da con alegría. Puesto que no me preocu­pa el mañana, me siento libre como el ai­re. Encuentro un inmenso consuelo en la idea de que lucho sin tregua y de modo sincero contra todo lo que la carne ambi­ciona



REFLEXIONES SOBRE LA VERDAD



La verdad reside en cada corazón huma­no, y uno debe procurarla allí, dejándose guiar por la verdad tal como la percibe. Nadie tiene el derecho de aplicar coerción a otros para que actúen según su propia vi­sión de la verdad.

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Tuve la suerte, o la falta de suerte, de to­mar al mundo por sorpresa. Los experi­mentos nuevos, o los experimentos anti­guos en formas nuevas, generan -a ve­ces- incomprensión.





OBEDIENCIA AL LLAMADO DE LA VERDAD



La verdad, que es permanente, elude al historiador de eventos: la verdad trascien­de la historia.

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No me interesa en absoluto parecer co­herente. En mi camino en busca de la ver­dad, abandoné muchas ideas y aprendí muchas cosas nuevas. Soy viejo de cuer­po, pero no tengo la conciencia de haber parado de crecer interiormente, o que mi crecimiento cesará con la disolución de mi carne. Lo que me interesa es mi actitud de disposición a obedecer el llamado de la verdad, mi Dios, momento tras momento.

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Una convicción nueva viene apoderán­dose de mí. Todo lo que me resulta posible, le es posible inclusive a un niño: y tengo buenas razones para decirlo. Los instrumentos para procurar la verdad son a la vez sencillos y complicados. A una per­sona arrogante pueden resultarle inabor­dables. En cambio, no le plantean dificul­tad alguna a un niño inocente.

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Utiliza la verdad como si fuera tu yun­que, a la no violencia como tu martillo, y todo lo que no resista la prueba cuando sea llevado al yunque de la verdad y sea percutido con la no violencia, recházalo.

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Un acto que no es voluntario no puede considerarse como moral. Mientras uno ac­túe como una máquina, resulta imposible hablar de moralidad. Para decir que una ac­ción es moral, resulta preciso haberla lleva­do a cabo conscientemente y sabiendo que se trata de un deber. Toda acción que haya sido dictada por el miedo o por la violencia, deja de ser moral automáticamente.





CONTROLAR LA IRA



Varias experiencias muy duras me ense­ñaron a no dejar que exprese mi ira. Así como comprimiendo el vapor se obtiene una nueva fuente de energía, también con­trolando la ira se puede lograr una fortale­za capaz de derribar al mundo por entero.

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El primer deber es el de proteger a los dé­biles, y no ultrajar una consciencia humana. No seremos mejores que las bestias, mien­tras no hayamos purificado este pecado.

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Generalmente, el hombre común no per­cibe belleza alguna en la verdad. Sigue de largo, ciego ante la belleza. Toda vez que el hombre comienza a ver belleza en la verdad, nace el arte verdadero.

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En la marcha hacia la verdad, la ira, el egoísmo, el rencor, etc.... deben quedar de lado, pues de otro modo sería imposible al­canzar la verdad. Un hombre a merced de sus pasiones puede tener muchas buenas intenciones, puede tener palabras verídicas, pero jamás descubrirá la verdad. Una bús­queda exitosa de la verdad exige liberarse por completo del tropel de dualidades tipo amor u odio, felicidad o desdicha.

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Si sólo un hombre avanza un paso en la existencia espiritual, toda la humanidad se beneficia de ello. AI contrario, la marcha atrás de uno sólo implica un retroceso del mundo entero.

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