Por el Prof. Jorge Raúl Olguín.
"El joven Huang estaba orgulloso de ser discípulo del famoso Tse-Liu, pero ese día había estudiado desde la madrugada y todavía no había probado bocado alguno.
Por la tarde, se acercó a su ilustre profesor y le dijo: - Maestro, tengo hambre.
Este le respondió: - Yo soy Maestro de Sabiduría, no de cocina. Además, esa es una manifestación indigna de un espíritu libre.
Huang le dijo entonces: - Maestro, tengo en claro que mi espíritu es libre, pero mi estómago no se ha enterado de ello.
-¡Basta! – cortó Tse-Liu – Debes marcharte ya mismo de esta escuela. Estoy muy indignado del desnivel espiritual que alcanzó este diálogo – y despidió al joven.
Con el corazón hecho pedazos, pues apreciaba la buena enseñanza que hasta entonces recibiera, Huang partió a ganarse el pan.
Pasó el tiempo, Huang trabajó arduamente. Comenzó a prosperar y, al cabo de unos años, tenía dos casas, esposa, tres hijos, cuatro granjas y muchísimos animales.
Una noche de duro invierno golpearon débilmente a la puerta de su casa. El propio Huang abrió e hizo entrar a quien así golpeaba. Frente a él se encontraba un hombre de edad, el rostro salpicado por la nieve, macilento y cubierto de harapos.
-Pasa a mi hogar – ofreció Huang - ¿Quién eres?
El hombre no vaciló y dijo: - Soy Tse-Liu y he venido a recibir las enseñanzas que quieras impartirme."
Este es uno de los cuentos de "El libro del Señor de Wu" y tiene varias interpretaciones. Una de ellas explica que toda enseñanza es mutua, si no es incompleta. Porque así como el discípulo aprende las enseñanzas de su maestro, éste aprende a su vez del primero, como en el caso del cuento en que el discípulo logró la prosperidad y su maestro quería saber sobre ello. Si no fuera así se interrumpiría el circuito de comunicación y el Ego se apoderaría del maestro, haciendo que lo invadiese la soberbia y solo escuchara su propio razonamiento. Recuerden que "aquel que sabe escuchar es el que mejor enseña".
Nenhum comentário:
Postar um comentário